EL HOMBRE COMO SER CONSTITUTIVAMENTE MORAL
Según la filosofía moral hispana, somos seres constitutivamente morales, lo que significa, para decirlo en términos
coloquiales, “no nos queda de otra”. En esto, Paúl Sartre, concluye que estamos condenados a ser sujetos morales. Podemos comportarnos
de forma moralmente correcta en relación con determinadas concepciones
del bien moral, en relación con determinadas normas
y códigos morales para nosotros valiosos, o bien, en el otro extremo,
podemos comportarnos de forma inmoral con respecto a ellos, pero
estructuralmente hablando, no existe ninguna persona que se encuentre
situada “más allá del bien y del mal”. Esto significa que ante el hecho
moral, por más que queramos, no podemos ser indiferentes: somos
seres morales tanto porque nos apegamos a cierta moral como porque
nos apartamos de ella.
Desde los orígenes mismos de la humanidad, la conducta humana
se enfrenta a la doble posibilidad de ser, precisamente “buena” o “mala”,
digna o indigna del hombre. Así, la libertad implica siempre el riesgo
humano de escoger tanto una conducta como otra. De ahí lo que en
ética se conoce como ambigüedad humana.
Este término supone que el hombre no está programado para llegar a
ser de una sola forma, sino que puede optar por varios caminos, por ello es
un ser indeterminado, ambiguo y contradictorio
El hombre, entonces, considerado desde su propia naturaleza, es un
ser ambiguo y contradictorio por excelencia. Potencial y consustancialmente
contiene en sí la posibilidad de humanizarse o deshumanizarse, puede
tender hacia el bien o hacia el mal, abonar a su perfeccionamiento moral
o abandonarlo, por ello, se dice que es un ser contradictorio y ambiguo, ya
que incluye en su ser la doble posibilidad de desarrollar el bien y el mal, es
decir, los contrarios que potencialmente hay en cada uno de nosotros.
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